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Se agota, se agota, se agotó


No recuerdo que pasó. Ni ayer, ni el sábado, ni el año pasado. Culpa, culpa, culpa. La suerte se agolpa en recuerdos olvidados y la tristeza de este momento de total incertidumbre me llena de dudas ¿Qué pasó? Me arrepiento de lo que no hice y me arrepiento de no recordar lo que hice. Suertudo aquél cuya memoria sirve de espejo para las vivencias diarias, semanales, mensuales y anuales.
La rutina me salva, me llena de recuerdos que puedo interpretar como nuevos, como viejos, como actuales. Rompen el silencio de la frustración. Noches largas y realidades aparte. No puedo olvidar sus caras, se que están ahí pero no puedo verlos. De algo estoy seguro; conozco sus contornos, sus esfinges, sus narices, sus perfiles. Pero no hay color, todo es sombra, ¡malditas sombras! Son sólo sombras andando queriendo escapar. Escapar de esta rutina que hoy es mi refugio, mi salvación, mi todo.
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No quiero pensar más en eso pero me carcome la conciencia. En realidad no se si tengo conciencia, o no me acuerdo de si la tengo. Razones para olvidar sobran, siempre. Pero la realidad es que preferiría tenerlas presentes mientras escribo estas ideas ¿De qué se trataba el primer párrafo? Ni idea. No sé que es cierto y qué no ¿Hay realidad en mis palabras? ¿Alguien podría explicarme de que estoy hablando? Creo que estoy escribiendo. Si pudieran confirmármelo sería ideal y ayudaría bastante para la comprensión de estas líneas que escribo, o digo.
Muchas veces camino por las calles de algún barrio de la ciudad y la gente me mira. Observan mi presencia, y yo los intrigo, interpelo sus miradas con ojos acusadores, ojos de duda, ojos desorbitados. Se sorprenden, me rechazan, me pegan, me olvidan. Ignorar es el peor de los castigos. Muchos lo utilizan. Con ellos me ensaño. Los corro, les grito, armo escándalos memorables en avenidas importantes. Sin embargo, luego de un par de horas ninguno de los transeúntes que fueron importantes testigos de la tragedia pueden reproducirla oralmente, y tampoco escribirla. No me molestaría encontrar uno de estos arranques en un diario nacional. Lo perfecto de esa situación se evidencia por lo genial de la propia idea; un diario. No pierde sus páginas, se puede atesorar como un cajón de monedas doradas. Se guarda, se copia, se calca, se reimprime ¡Que buena idea la de los diarios electrónicos! Copiar, Pegar, Guardar. Queda para siempre en el disco rígido o en el disco extraíble. Tal vez hasta en un CD que salió sólo 1 peso. No me quejo de los anotadores, no tengo nada contra ellos. Los lápices traidores son quienes tienen la culpa del olvido. Sin embargo, por el hecho de ser una creación humana y como todas las creaciones adquieren los peores defectos de su creador, no tienen memoria, y no sufren la culpa. ¿Habré sido yo el culpable creador de ese rejunte de minas negras? No lo sé y nunca lo sabré gracias a que los desdichados lápices no tienen memoria al igual que yo, su creador. Pero creo que esta idea ya la dije, o la escribí así que voy a deja de divagar por estos camino.
El ensayo es acerca de la memoria, o la falta de ella. Ella es la culpable, la cómplice. Los cumpleaños, los teléfonos, los apellidos, los nombres, hasta las caras olvidamos y encontramos un justificativo en la memoria. Es muy normal. Es un hombre promedio, es la familia tipo, es la clásica rubia o la clásica morena. Ojos color café, canela o miel ¿Acaso no encontramos una manera de definirlos sin referirnos a otras cosas? No, evidentemente no.
Invento las letras de las canciones, las reinterpreto para que sirvan a mis propósitos. Canto por fonética, toco de oído. Me sirve, me ayuda en todos los sentidos y me lo agradece la gente. Gente que siempre quiere escuchar más, que no se conforma con el repertorio presentado. Siempre un bis. Armo carpetas con letras, con tonos, con música. Las guardo y nunca recuerdo dónde las dejé. Otra vez salgo al ruedo avergonzado de la propia improvisación. Ojala que ella no esté para presenciar la falta. Que la memoria se quede en su casa, que no venga, alguien que le avise, por favor.
Estoy perdiendo la capacidad de escribir poco a poco. Los dedos cansados piden que acabe. Pero todavía no puedo. Los aliento, les hablo, les imploro. Me escuchan pero dan un ultimátum; un párrafo más y ese es su límite, mi límite.
Sé que estuve en Estados Unidos, sé que estuve en Brasil, en Chile y en Uruguay. Sé que subí al avión pero la única imagen que tengo de esos viajes es una sensación que preferiría olvidar; miedo, miedo al aire ¡Ya está! Razones para olvidar. Ese era el título de este escrito. Pero como veo, se ha acabado el lugar disponible y, por eso, dejaré esa reflexión para la próxima. Si alguien está del otro lado le suplico que me haga acordar de lo que acabo de decir porque mi traicionera memoria se agota, se agota, se agotó.

Chango
AÑO: 2007

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