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MUTE


Las palabras sobran, la armonía sobrepasa, las tonalidades se encuentran en algo muchísimo más profundo pero profano a la vez. Tan accesible, tan disfrutable, tan terrenal pero que es camino a lo celestial, expresión de tal utopía imaginable sólo a partir de estas manifestaciones. Colosales manos me atraen y me llevan, me generan sensaciones que no experimento de otra manera. No puedo dejarla, sus expresiones son tan perfectas y tan inconclusas. Imposible el acto de abstraerme de ella para volver a lo rutinario. Sólo puedo lograr la abstracción real con ella o a partir de su genialidad. No importa de qué clase sea, no importa su cruce de recursos, es una sola y todas a la vez. A lo mejor las palabras sobran porque las sensaciones no se pueden explicar. Y al hablar de música de eso estamos hablando, de sensaciones.
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Acordes discordantes que generan la más absurda de las emociones. Ambientan momentos, generan discordias, recuerdos, me elevan, me amplifican, me recluyen, me resguardan. Infinitas posibilidades que no puedo terminar de comprender. Lo más mundano se vuelve mágico con sólo encontrarle una interpretación musical. Cualquier excusa es válida, no importa lugar ni tiempo. Porque, en definitiva, ese es el fin. En realidad no se si fin o medio. Podría tratarse de un fin; lograr detener el tiempo y disfrutar, concentrar todas las partes de mi cuerpo, yendo desde los párpados, las fosas nasales, el cuello, los brazos, las manos, las piernas y hasta lo más profundo de nuestros órganos vitales volcarlos a la expectación, a la contemplación. Poner toda la concentración en ese sonido que me llega desde lejos, desde cerca, me atrae, me llama pero no podré llegar a interpretarlo con claridad. Sin embargo, ese fin se vuelve más inalcanzable cuanto más cerca llegamos. Nos queda la otra alternativa; tomémoslo como medio. Un medio para salir, para entrar, para llorar, reír… Podría seguir enumerando aunque enumeraciones de este tipo no son más que banales explicaciones de lo inexplicable. Pero el medio no es lo banal. Lo que trato de hacer es excluir mis pensamientos de lo real. No por un simple capricho, no por una idiotez de pasar sin que nada pase ni por vivir en una nube de sensaciones y experiencias que me excluyan de las penurias humanas. Y la palabra no es real, es la falsa realidad, del transitar como ameba por este mundo que tantas posibilidades de disfrute nos permite Justamente para experimentar lo más profundo desde el lugar más profundo sin salir de donde estamos. Repito lo que dije previamente, musitando palabras puedo intentar describir lo que quiero describir y, posiblemente, los grandes autores de nuestros tiempos hayan llegado extremada y peligrosamente cerca de una definición perfecta. Sin embargo, nadie podría hacerlo. Porque es lo experiencial lo que nos define. Las palabras se entierran y desentierran, se usan, se malgastan, se cambian. Con la música pasa lo mismo pero en un nivel que supera las expectativas humanas.
Todo esto me lleva a una paradoja; ¿es que la música carece de realidad?, ¿es algo metafísico? ¿Escapa a mis posibilidades? Y no puedo más que decir que no. Contrariamente a lo que podría opinar un catedrático profesor de música clásica, esos hombres de traje que nada entienden por separarse tanto de lo que enseñan, todo es música. Levantar el teléfono y disfrutar de ese LA metálico no debería estresarnos, debería llevarnos a otro estado, un estado en el que esperar la respuesta del otro lado no sea un motivo de enfado. En realidad debería llevarnos a desear no escuchar nunca la voz del otro lado y disfrutar de ese LA para siempre. Desde el golpeteo de las gotas de lluvia sobre la chapa de los techos, la birome golpeteando el banco, mi voz tarareando una dulce melodía, mi guitarra rasgando notas inconexas y la maravillosa expresión de un grupo coral interpretando un Negro Spiritual, todo llena mi vida como pequeñas y cotidianas vivencias de lo musical que puede volverse la vida. De lo trascendental de aprender a convivir, digo mal, a vivir POR y PARA eso.
Maldito de aquel censor que evalúa. No hay evaluación posible, la crítica va en contra de lo que creo, en contra de lo que siento, actúa como prisión de la más pura expresión. ¿Qué más se puede pedir que encontrar a la compañera de la vida? No puede dejar de estar porque se vive tanto externa como internamente. Extraña y divertida la sensación de taparse los oídos e interpretar la más básica melodía sin permitirle a nadie compartir ese disfrute personal. Y he aquí otra de las paradojas que se generan. Es tan personal como comunitaria a la vez. Fue la máxima expresión de comunidades históricas, de comunidades religiosas, de sectas y es el símbolo máximo de toda nación. Hasta el más mínimo Estado organizado, la más pequeña de las tribus indígenas que han quedado recluídas en su existencia cuenta con una expresión musical que la identifica como patria grande y que, en determinado contexto, puede llevar al que la escuche al límite de las lágrimas. Y todo esto más allá de lo que implica en un nivel cultural, en la creación de cultura. Me duele catalogarlo como arte porque el arte carece de categorías a mi gusto. Un buen beso puede ser arte, y una buena comida puede ser arte. Carajo, hasta una jugada de fútbol puede vivirse artísticamente. Y digo vivir, no ver, porque de eso se trata. No se ve, se vive. “Lo esencial es invisible a los ojos y sólo se ve bien con el corazón” dice Saint Exupery en El Principito. Y es a eso a lo que me refiero cuando digo vivir. El corazón es lo que nos mantiene vivos y no es errada la expresión del corazón como elección para vivir a partir de eso.
Pero no divaguemos por temas que no nos competen y que parecen ser una clase de anatomía o parte de esos catedráticos a los que antes criticaba. La música como símbolo es lo más especial de la naturaleza humana. No existe ser que pueda negar haber sentido algo distinto a partir de un tema musical. Ni el más millonario de entre los ricos, ni el más pobre de entre los pobres puede esgrimir tal declaración. Y ni el más poeta de los poetas ni el más educador de los educadores podrá convencerme de lo contrario.
Volviendo al nivel humano, la música fue gestora de movimientos revolucionarios, de protesta, de apoyo, de encuentro y de desencuentro. Símbolo de la paz, símbolo de la guerra, del deporte, del ocio, del amor, del rencor. Todas las partes se coordinan con una asombrosa disposición y orientación a una armonía que no se alcanza.
Lamento que todo lo que acabo de decir no tenga sentido. Que las palabras queden presas de las estructuras que nos impone la dictadura del lenguaje que, aunque permite volar hasta expresiones inimaginables, nos ata a sufrir eternamente lo finito de sus estructuras. Lamento que el que lee estas líneas no pueda vivir lo que vivo y lamento a la vez no poder vivir lo que él vive. Lo que se genera cuando escucho a Lennon cantar “All you need is love” o a mi padre cantar su canción para mí, o gritar con emoción “O juremos con gloria a morir” antes de disfrutar de un partido contra Brasil, o recordar la sensación de máxima felicidad con una simple introducción de un tema tan simple como “Linger”. En realidad no debería nombrar ejemplos porque no es la idea. La idea es lo general, que amalgama a cada una de estas expresiones y mucho más.
Me he percatado de que en mis divagaciones probablemente no pueda aclarar ni un diez por ciento de lo que quiero (maldigo el momento en que empecé a incluir porcentajes en mis escritos) por lo que he decidido dejar de hablar. A partir de ahora todo lo que quiera manifestar será con música. Porque las palabras son imperfectas, en cambio la música es verdaderamente el lenguaje del alma, de MI alma.

Chango
AÑO: 2007

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3 comentarios:

Prudencio Navarra dijo...

Solo digo que me da orgullo haber sido mínimamente parte de la génesis de esa genialidad.

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

MUTE...
Maravillosamente hermoso, verdadero, intimo, viceral...
Bravo... me pongo de pie y te aplaudo... es lo que espera un artista al finalizar, cualquiera sea su acto de expresion... es lo que usted es Commenge...

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