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Capítulo 68, Rayuela - Julio Cortázar



Estos días recordé un hermoso capítulo de Rayuela, de Julio Cortázar. Leí por ahí, en el blog elmundosigueahi.blogspot.com, que este texto en gíglico es "un lenguaje de la intimidad. Un dialecto que sirve para expresar el mundo en el que viven los dos protagonistas, que sólo ellos conocen y viven a su manera, y por ello, recurren a un código propio para expresar ese mundo. Se trata de un lenguaje privado, un idioma del amor, que los une en una dimensión a la cual sólo ellos tienen acceso..."

No busquen descifrar las palabras, pues no existen. Solo intenten encontrar el sentido que sugieren, y no que determinan.
Eso es el gíglico a mi entender: sugestión.

Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente su orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, las esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentía balparamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.

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