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El Ángel del semáforo


Sus notas rasgadas aturden, molestan. Las esquinas repletas de autos que esperan ansiosos el verde cierran sus ventanillas perturbados por el molesto clima auditivo. Pero él no les hace caso. Sale al ruedo, esperando limosnas, violín en mano, cual héroe de guerra anhelando tiempos mejores, pasados, de gloria. Sus ojos cada vez más pequeños, su rostro plagado de arrugas, su cuerpo frío siente melodías irreales, sus dedos llagados, duros, buscan la aprobación.


Él se imagina que está en el Colón y sigue las indicaciones de un director imaginario, acompaña las melodías de una orquesta que nunca fue. Los días de gloria pasados se agolpan en su estuche, alguna vez lleno de musicalidad, ora lleno de angustia, de emoción, tristeza y algunas monedas.

Dicen que aparece cuando cae el sol, rondando varias esquinas a la vez. Se vuelve, se multiplica, se cree millones y mitades a la vez. La discociación de su melodía tiene varios matices. Cuerdas desafinadas, la inevitable pérdida del oído, la falta de constancia, la falta de sensación. El autómata ha ganado al compositor, el mendigo vence al inspirado violinista, cuya vida sinsentido se compone de sueños perdidos en algún teatro de Europa. Es eterno y fugaz, artista callejero, mendigo perpetuo.

El Ángel del semáforo se llama y desea poner final a su esquina, a su vida. Pero su condena es la del inmortal, que inevitablemente seguirá en su búsqueda de público, de aplausos, de aprobación.

El Ángel volverá a perturbar sus oídos todas las tardes en alguna esquina de la ciudad que una vez lo vio brillar pero que hoy soporta su tenue luz en la penumbra.

Chango

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1 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Sí! Yo lo vi (y escuché) en distintas puntas de la ciudad. Y si reconocés su perseverancia desea un Dios que te bendiga.

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